Las ventanas obsoletas.


Piso baldosas sueltas
ruidosas o mojadas.
Nunca nadie arregla
esas baldosas
en la calle.
Y nunca nadie arregla
las que hacen ruido en mi habitación.

Las grietas siguen creciendo.
La humedad se filtra.
Y las ventanas van quedando obsoletas.

¿Qué podemos hacer
contra el invierno?
La humedad, las grietas
las baldosas sueltas...


Los lápices gastados.


I Mercado Navideño Villa de Bembibre.
Plaza Santa Bárbara. Del 21 al 24 de diciembre.


El puto frío.


Hoy al despertar seguía siendo invierno.
Seguía siendo norte y lluvia.
Seguía siendo triste, lejos.
Sola.
La cocina, la cafetera.
El puto frío.
Ninguna gana
de salir afuera.
Llegar a casa con la cara mojada
los huesos húmedos
y las entrañas vacías.


Heladas de madrugada.


Las horas sin verte.
Los días
como noches negras
cerradas, sin luz.

El mismo gris mañana.
El mismo frío entre las vértebras
que inunda y rompe
como heladas de madrugada.


Nostalgias y un mañana.


Las mismas horas solas
me esperan
una y otra vez.

Las mismas, vacías.
Al llegar a casa
al dormir...

Al despertar soy escarcha
helada, frágil.
El vaho triste
que gotean los cristales.
La luz gris
de una mañana de invierno.

Una silla ocupada en la cocina
en silencio, con la mirada fija.
Un café
ausente
entre nostalgias y un mañana.


Un tres de noviembre.



Huele a naranja el tren.
A otoño ocre, tras la ventanilla.
Dentro la gente charla, lee y duerme.

Ya ha pasado el medio día
y el sol entra en el vagón, tímido
desde la esquina izquierza.

Apenas queda una hora
para llegar a casa.
Me lo dicen los árboles, mi tierra
y las casas de piedra.
El cielo azul y la helada
que caerá esta noche.

A mi lado está él.
Soportando
el peso de mi pierna ahora mismo.
Y mi mal genio cada mañana.






Calándome.



Aire húmedo de otoño.
Vuelve
como la lluvia que empieza y no para.
Como charcos pisados una y otra vez.

Hoy anduve bajo esa lluvia
calándome, mientras corría
acalorada en mi vestimenta de invierno.


Sorteando a gente con paraguas
y a los coches por la carretera.
Me sentí más viva que ellos 

y eso me gustó.

Ahora ya en casa
puede que me sienta más muerta.

Y es posible que lo esté.
Pero resurgir
es un instante.



Cuatro paredes.


Son estas cuatro paredes sin sentido
de interior hueco
trasnochado de horas que deambulan
entre el ayer y el mañana.
Sin hoy. Hueco.

Ausencia
de mi misma en mí, que escapa
del hueco, de las horas...
Que escapa
en un parpadeo, se pierde.
Se va.



La otra mitad.


Cuando estoy triste
me drogo y duermo.
Las horas no pasan.
La oscuridad
me protege de un nuevo día
igual al anterior.

La persiana bajada.
La puerta cerrada.
La cama vacía, y yo
bajo la colcha
la otra mitad.


Automatismo de un goteo.


Tal vez sea sólo un suspiro
monótono
puesto en automático
insomne y aburrido.

Un goteo continuo
de un viejo grifo
que alguien, algún día
olvidó cerrar.



Gravilla.


Hermética, al vacío
mi mente.
Contra la intemperie del tiempo, las horas
y el No.

Vagabunda de la nada.
Sangre de gravilla en los demás.
Yo, trapos rotos
recosidos, en cada minuto que paso a solas.

Desesperanza del que quiere
y no puede.
De la sumisión del alma en asfixia
...y el frío de la incertidumbre.

Bochorno.


Sigue siendo noche
en esta habitación cerrada.

El sol quema ahí afuera
y la vida me arde
dentro
como hielo que corta.

Nubarrones de bochorno
en los pulmones
densos
como pensamientos circulares.

Vagabundos en el No Future.


A veces nadie.


A veces me vuelvo inexistencia
vacía, transparente.
Sombra callada
que se disipa, desaparece.

A veces me sobra la piel
y los ojos
siempre húmedos de verte lejos.

A veces, nadie nos ve morir.




Goteo de ausencia.


En el tímpano.


Vuelvo a mi árbol hueco
bosque de nadie.

Vuelvo, el verano está ahí fuera.
Se escuchan adolescentes en celo
luz amarilla y pájaros trinar.

Yo sigo siendo invierno
despertares mudos y días sordos.

Graves en el tímpano
para aliviar vacíos
distancias.
Callar las penas
seguir latiendo.

Otro día, otra noche.
Más horas.
¿Qué importa?

Vuelvo, a mi árbol hueco.
Okupo y resisto.



Surcos en la niebla.


Me repongo de mi misma
de esta rutina sola que soy
de la niebla que envuelve el futuro.

La disipo, creyendo.
No dejaré que esa nada toque mis talones
que el tedio me agarre
me paralice.

Seguiré girando, luna.
Llena, vacía, nueva...
En el trayecto de los días
huellas frescas.
Barro gris.
Entre el poder y el no poder.
En el surco que las horas errantes
dejan al pensar.



Café y Lluvia.


Despertar de café y lluvia.
Silencio hueco
y ruido de mañana en la calle.

Legañas de tristeza de ayer
entre restos de lápiz de ojos.
Coleta, tres cuartos de lana.

Primer cigarro.
Mi respiración
humo y el olor a café tras el cristal
condensados.
Como afuera las nubes
como dentro las ganas.



Selene.


 Luna estéril
como cráteres de noche.
En cada minuto.
El mismo invierno.
Quietud húmeda
que palpita y calla.

Los sueños que rompí mientras dormías.



Tiempo, música, distancia.
Tan parecidos en lo que unen
lo que separan.
Tan cerca como dentro.
Tanto como lejos, al saberlo recuerdo.

Tiempo, que nunca es olvido
sino música siempre.

La distancia no tiene sentido en una canción.
El tiempo no existe en la memoria.








Los cuadros en su totalidad están pintados por Markos J. Yanes. Los versos son de mi tintero.





Con vosotros, La Fanzine #10: Desengaño.

Este número, nos ha costado. Distancia y maquetación a solas... 
Muchos recuerdos de los buenos tiempos y mucha melancolía. Extrañar a una amiga... Impotencia. 
Pero si que podemos hacer algo, y lo hemos vuelto a hacer. Ya está aquí el número #10 de La Fanzine. 
Tras 4 años desde su primer número. Con el mismo espíritu, con las mismas ganas.





Siempre tuya, La Fanzine.

Abril 2013.



Nieve en abril.


Soy pura tristeza
cuando no me tocas
cuando no me miras
ni me hablas.

Pura tristeza y soledad.
Tanta como la de siempre.
Como la que okupa y resiste
trincheras en las entrañas.

Inseguridad que duda
de sí misma y de lo que es.
Fría, como la tarde que despierta
y la noche insomne.

El silencio apedrea mi tejado
mi cueva es un lugar hostil.
Extraño.
Vacío de ti, de mí.


El habla de los días.


Enmudece el tiempo
que pasa callado, caminar lento
mirada perdida.

Enmudecen las horas, los minutos
mis pupilas, en la humedad
en el ruido sordo de cada gota
que estalla contra las losas.

Enmudece la luz, lúgubre
e inunda las calles de silencio mojado
y desierto.

Mudas, mis ojeras
dicen que apenas duermo.
Que no recuerdan ver ya mañanas.
Ni nadie que quiera hacerlas hablar.

Caminar lento
mirada perdida
quietud, domingo.

Las manos, el movimiento, mi respiración
lentas, frías, mudas.
Soledad en el estómago.
En la yema de los dedos, distancia.



Crepitar.


Lluvia
que suena a crepitar
a hogar y calma.

Que moja los tejados
de esos gatos de nadie.
La tierra, hasta hacerla barro.

Diluye mis tempestades. Fiera.
Y se las lleva... mansas.

Habla el pájaro. Ha cesado.

Sin tocarnos.


Entraste.
Sin llamar, supiste cómo.
Que estaba ahí.

Sin tocarnos, me contaste y te conté.
Nos conocimos. Entramos
y nos pareció el mismo.

Ahora pienso en tu boca
en los besos.
En cómo te ríes, y te quiero cerca.

Olerte, morderte, saber cómo sabes.



La Niña de las Naranjas, La nueva París.



Aquí os dejo un pedacito del artículo que Adriana Bañares, Awi para los amigos, acaba de publicar en Larioja.com

"Los poetas somos pocos, pequeños e invisibles para el resto. Hablamos de literatura entre nosotros, conocemos las editoriales, nos compramos (y comparamos) los unos a los otros y envidiamos a esos que salen en revistas o publican en editoriales grandes. Fuera, en el autobús urbano, las editoriales grandes son también minúsculas, como nosotros, y esas revistas de las que hablamos ocupan (si lo hacen) un lugar mínimo en los kioscos. En definitiva: fuera de nuestro círculo todos estamos en ese mismo nivel de nada."

Para seguir leyendo, pincha aquí.

 

A este lado.


Isla sin arena.
Sin manos.
Ni puertas de entrada.

La salida, a este lado.
A fuera todo es lo mismo.
La misma baldosa una y otra vez.
Lo mismo en cada boca, lo que dicen
nada.

Charcos, charcos, charcos y humedad.

Días y noches de astros fijos.
Sin comienzo ni final. Sin línea en el horizonte.

Isla.
Sin arena
mar, o puerto.
Sin barco. Isla.
Dentro.
A este lado.

Charco.

Ya estaba dentro.



No abrí la puerta.
La soledad ya estaba dentro
en las grietas de lo que rompe el tiempo.
La muesca del primer golpe.

El miedo, el dolor, el fallo
emanan bajo mi cama.
Extienden sus manos y me agarran los pies.

La cortina está echada. Hoy no hay luna.
Demasiado silencio.
Demasiada lluvia.



Amanecer de mediodía.



Lejos de mí
los demás.
Dentro, sin poderlos tocar.
Fuera de este cuarto y lejos de mi piel.

Sólo siento el calor de esta sudadera.
Su tacto.
Vida sin miradas.
De lluvia, luz pálida y vistas a través del cristal.

Tras esa niebla que lo envuelve todo
como el humo me envuelve a mi en la noche.
Me acurruco.
Hasta casi desaparecer.

Las mañanas siguen estando solas, frías.
Salidas de la cama, despiertan sin calor.
Sin apenas haber dormido. Lejanas, vacías.

Aún no he pronunciado palabra.
No ha habido voz, ni labios que respondan.

Silencio, ruido de vecinos e internet.
Soledad. Tic-tac.

Amanecer de mediodía muerto, opaco.
Sin nada que hacer. Lejos.

Brillo gris.


Sentada al borde de la luna.
Ingrávida y atemporal.

Pincho estrellas a esta noche.
Ventana tapiada sin afuera.

Siembro flores en los cráteres
de los minutos
que pasan repetidos
en la oquedad del brillo gris.

Y me limpio los zapatos
del caminar en círculos, polvoriento.


Caída libre.


Soy turbia, en mi letanía
en lo más recóndito de mí.
El fondo que no alcanzas a ver del precipicio.
Caída libre.
Luna llena.
Melancolía y blues

Luz amarilla de verano.
Tardes de hierba verde. Río.
Soy amor, tanto como muerte
como palpitar que corre y cesa.

Soy voz y silencio, grito callado.
Suspiro ausente.
Luto de colores intensos.
La verdad y la mentira, las dudas.
El doble o nada.
El aire que respiro
despacio, bajo esta bufanda.

Soy vestida encima de la cama
y al amanecer, sin haber dormido, también soy yo.

El despertar tardío y triste
lluvia en primavera.
Azúcar, café.
Una película vieja. Mal conservada y sin censura. Soy.
Lo que me imagine y quiera hacer.
Todo en lo que creo.

Cada paso.

Fallo en la retransmisión.


Hoy desconectaré mi emisión.
No habrá conversaciones fuera de mí
de estas cuatro paredes. De esta piel
que ya no sabe de tacto. Que ya no sabe.
Que ya no. Que gira y se retuerce
se irrita y se seca, se mantiene estática, se muere y grita.

Cortaré los vínculos. El exterior. Un hilo que me ate, suspendida en la nada
a esta realidad.

De silla y pantalla, calles frías y pasos solos. De días y días sin besos.
Caladas de noches a oscuras y un empezar cuando todo ya ha comenzado.
Tarde.

Entre lo oscuro de la noche.


Llueve.
Unas veces tanto
y otras apenas, a penas
que la flor
ya no sabe
si se ahoga, se seca o crece.

Prohíbeme.


Ponle dos rombos a mis maneras
a mis conversaciones.

Censura cómo vivo.

Lo que hago o dejo de hacer. La hora a la que me levanto.
Ponle toque de queda a la luz
encendida en mi cuarto.

Métete en mi vida, dime que no la apruebas.
Indígnate, porque te escandalizo.
Porque me salgo de tus esquemas, de lo que te contaron en la iglesia y en la tele.

Siéntete arcáico.

Cuando te diga que pienso seguir así.
Cuando te diga que cierres la puerta y aprendas a llamar.
Cuando te encuentres con un pestillo al otro lado.

Y dentro suenen Los Troggs. Y yo, esa cosa salvaje
indiferente
no te oiga
decir que no son horas
de ser felíz, porque tú ya no lo eres.

Me han vuelto a crecer las alas y no caben en esta habitación.

Txissssssss....


Ha vuelto la lluvia.
Ha matado al sol. Humedeciéndolo.

Hasta apagarlo.

Como una colilla
ahogada 
en un cenicero mojado.

Txisssssss...

Tras el tedio de un cristal.




La eterna.


Puede ser lluvia, invierno.
Poco tiempo, o el demasiado.
La distancia, la libertad.

Puede ser lo húmedo
de esta tarde lo que cala en las paredes.
Cueva oculta, roca quebrada.

Pueden ser las sábanas que até
a mis sueños para colgarlos
por la ventana.

La duda.
La eterna.

Puedo ser yo, o el día.
El de después o el siguiente.
El principio, el final.

Pueden ser.


La memoria de las horas.


Si existiera la manera.
Si hubiese existido el modo
el mágico recipiente
el cofre del tesoro capaz
de contener aquellas horas.

Esos momentos...
cada mirada, cada caricia
cada palabra no dicha.
Y las que nos dijimos.
Cada respiración.

Mis pasos apresurados hacia ti
como los que di
cuando te vi bajar del tren.
Si hubiese podido contenerlos,
contenerme.

Como cada gesto tuyo.
No necesitaría recordarte
a cada instante.


Empiezo a preocuparme.

Ya te he escrito más
poemas, que días
pasamos juntos.

A este paso te escribiré
uno por cada día
que no lo estemos.


Gente, la justa.

No me gustan los edificios altos
ni siquiera los de más de tres plantas.
No me gustan las grandes avenidas
atestadas de gente y escaparates ostentosos.

No me gustan las prisas en maletín
ni las risas en lata.
Odio el maquillaje en pote
y la silicona.

Me gustan las calles estrechas.
Y las casas de piedra.

Las tiendas de barrio
y los tenderos que te preguntan por la familia.
Ver pasear a la gente
comiendo pipas, charlando.

Y a los niños con sus primeros patines
su casco, sus guantes y sus rodilleras.
Dispuestos a caerse.
Y a su padre de la misma guisa.

El silencio de la noche y los pájaros
al amanecer.

No me verás en un garito ensardinada
pisada, codeada, sin poder moverme.
Gente, la justa
y buena música, por favor.

Tampoco saliendo del baño
con la nariz coqueta.
Soy más de salir afuera a echar un peta.
De regatear más que de inditex.


El radiador del pasillo.


Cuántas veces me habré sentado aquí
en este suelo, en mitad el pasillo.

Cuántas veces este radiador
en el que tanto vi pensar a mi abuela
me ha reconfortado.

Como el recuerdo de sus palabras.

Hoy me siento aquí
como siempre, y pienso en calma
como lo haría ella.


El que me invento.


Es el mañana que está y no existe.
El que me invento.

Es el hoy, aquí y ahora.
Es la vida, que no sabes dónde termina.

Yo sólo sé que caminar es poner un pie
y delante el otro.

El tropiezo, como el mañana
está y no existe.

E inventar es el vuelo.


Ahora que conozco tus besos.


Agarraste mi mano
nos miramos, y confié.

Y echamos a correr
juntos
sin que ninguno supiese a dónde.


Te vas...

Te vas
y me dejas la miel de tus ojos
en los labios.

Te vas y me dejas tus caricias.

Tus manos.
Tu piel y la mía.
Suaves, lentas...

Te vas
y las horas
que se nos quedan pequeñas.

Te vas
y yo camino vuelta a casa
para no verte marchar.

Aunque sé que te vas
espero que vuelvas.