Sabine


Sabine, esa loca criatura, qué habrá sido de ella. Cuando yo la conocí estaba atravesando un período de utopía máxima, pegando pegatinas que versaban sobre tiempos ya pasados, perdidos en la reminiscencia, hablaba continuamente del diálogo admirando a Sócrates.


Recuerdo que entre ese año y el anterior había cambiado el orden completo de su habitación unas 4 o 5 veces...así era ella. Una de las primeras veces que hablé con Sabine más detenidamente, pude darme cuenta de lo que en su fondo residía, ví que le habían hecho daño y que concretamente aquel día acababan de volver a hacerlo. Aunque no había sido grave, fue la gota que colmó el vaso.


Intentaba reencontrarse consigo misma cada día y tal vez esa era la explicación a la exaltación utópica. Simplemente no podía creer en la maldad humana como esencia y buscaba en los otros comprensión y amor.


Aún hoy puedo verla, fumándose un porro en el rincón de hierba que hay frente a la facultad, con su mirada ausente y su actitud altiva, todo pura fachada. No era una mujer fuerte de 20 años, sino una niña perdida que soñaba con volver a nunca jamás. Le gustaba saltar, andar haciendo equilibrios sobre los bordillos, sentarse al sol cual lagartija, pasear por la calle cuando ya no quedaba nadie, respirar muy profundo el aire que queda depués de llover...Y cuando fuera hacía frío, se enrroscaba en el sofá con una manta y engullía litros de helado.


Estaba loca, sí. Pero su locura era la única manera que tenía de sobrevivir a la sobrecarga sensitiva de la que era portadora desde que empezó a dominar sus sentidos. Echo de menos sus risas y sus lloros fuera de lugar y el modo que tenía de enseñarte los pequeños detalles que otros indiferenciaban.


Supongo que era auténtica. Aunque eso ella nunca lo ha sabido, por lo menos no conscientemente. Siempre andaba metida en mil historias distintas, tenía amigos para todos los gustos y lo mismo le daba hablar de arjés, globalización, mayeútica, música o arte.


La última vez que la ví supe que su corazón volvía a perder sangre, lo ví en sus ojos, en la manera de mirar al mundo, decepcionada. No me quiso decir que le había provocado ese estado, quizá ella tampoco lo sabía. Me contó que no aguantaba más el invierno y que con el chubasquero que había elegido se calaba entera. Creo que reí cuando dijo eso, no llegué a comprender lo que significaba.


Luego ella me dió un abrazo y me dijo que me cuidase a la vez que se limpiaba una lágrima y se alejaba. Aún recuerdo cómo se giró para tirarme un beso. La sonrreí, me sonrrió y se fue. Dejé de mirarla y el revisor dió aviso de que ya era la hora de subir al tren, cogí mis bártulos y subí.


Sabine. ¿Qué habrá sido de ella?

Hoy la echo de menos....


(6:47 a.m. 4-2-09)

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