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Noche de tinte anaranjado.
Una farola brilla tenue
entre las ramas de un ciruelo
mientras que dos selectas pruebas
esperan por mi mañana.

Serán las últimas horas, que luego,
tendré que esperar yo.

La colilla cae al suelo.
Y yo, respirando, espero.
La noche,
tan apacible como corta,
entra en mí con cada aspiración,
fundiéndose entre voces
de gente que pasa inadvertida
sin querer advertir nada más que
a sí misma.
Sentada sobre un cartón
el banco parece menos frío
y la vagabunda
que habita en mí
se relaja,
cansada,
esperando.

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